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sábado, 3 de diciembre de 2011

ARTE Vs INDUSTRIA. La cruel realidad del cine

Se apagan las luces, suena un leve chasquido en la ventanilla que hay sobre nuestras cabezas y un flujo de luz va a estrellarse contra una gran superficie blanca que permanece inmóvil frente a nosotros, ¡la función ha comenzado!

El cine ha jugado un papel muy diverso en nuestra sociedad y, prácticamente, en todas las sociedades del mundo. El cine nos ha mostrado el horror de la guerra en películas como Apocalipsis Now o Good Morning Vietnam, nos ha mostrado la dureza de la vida cotidiana (El ladrón de bicicletas, Solas, etc) nos ha puesto ante los ojos la fantasía y la magia (Viaje a través de lo imposible, Pesadilla antes de Navidad, etc) incluso el propio mundo del cine en una especie de “metacine” con películas como Fade to Black, La niña de tus ojos, etc. Esto es algo que han venido haciendo todas las artes, la literatura como la que más se aproxima al cine en cuanto a narración, pero también el resto de artes: la pintura, la escultura, el teatro, incluso la arquitectura nos muestra los distintos aspectos de la vida. Al igual que Rubens se rodeaba de sus discípulos en su taller y se limitaba a dar las instrucciones para realizar su obra, mientras sus aventajados alumnos se dedicaron a terminar sus cientos de cuadros, hoy en día el realizador cinematográfico se rodea de su equipo bajo la supervisión del productor y emprende empresas que, al margen del riesgo comercial, suponen todo un reto creador. La película, el resultado final será objeto de críticas por parte de especialistas en revistas y otros medios especializados o no, será objeto de culto o de desprecio por la sociedad que la contemple, será motivo de adhesiones fanáticas o de odios irrefrenables. Qué puede provocar reacciones tales en nuestro mundo sino una obra de arte, qué puede hoy en día acarrear sentimientos tales como el afán de coleccionismo o la veneración de un su autor que no sea una creación artística, solo las obras de arte alcanzan tal honor en nuestros días, y entiéndase esto como un larguísimo periodo de tiempo.

No creo que erremos si afirmamos con total rotundidad que el cine es un arte más, no el séptimo, sino uno de los siete. Realizar una película del metraje que sea, supone un esfuerzo creativo, un derroche de imaginación y un trabajo en equipo tales que el logro del estreno eleva este producto sin ningún tipo de dudas a la categoría de obra de arte y no queda ya desmasiada gente por estos andurriales que se atreva a negarle al cine tal condición.

Andrew Tudor ya advertía el carácter homogéneo de la película cinematográfica cuando decía que esta requiere la conjunción de esfuerzos creadores y cuantiosas inversiones. Nos introduce así el factor económico, la realización de cine requiere una fuerte inversión y en esta línea Malroax llegó a afirmar que si bien el cine en sí es un arte, también es una industria. Esto lo vemos rápidamente con dos cifras: en España la producción de una película requería ya a principios de siglo una media de 2.000.000 de Euros, y si nos trasladamos a los EE.UU. esta cifra ya se nos dispara a cifras inimaginables para el ciudadano de a pie. Estas inversiones millonarias exigidas por la industria cinematográfica suponen que a la hora de abordar una producción se piense, incluso antes de comenzar, en los aspectos económicos, en cómo recuperar esas inversiones. Esto, paralelamente al aspecto artístico del cine, le confiere un carácter industrial, ya que la amortización del producto supone pensar en el cine en términos de negocio y, al resultar rentable y en ocasiones muy provechoso, el industrial del cine (el productor) convierte la producción en algo continuo y en una vía para “ganarse la vida”.

Hasta tal punto se industrializa el cine que ya se habla de un sistema económico cinematográfico, como hiciese por primera vez Enrico Giannelli en Economía cinematográfica (1953) donde reafirma sus teorías sobre el carácter de sistema económico complejo de la industria del cine. La productora se convierte en una empresa promotora, al estilo de las grandes constructoras de edificios de las ciudades, pues su fin principal es llevar a cabo la realización de un producto que se ha de vender en el mercado y cuyo fin ideal sería, para la empresa, la consecución de un máximo beneficio. Se piensa en la salida al mercado de la película incluso antes de su finalización, para evitar de este modo la devaluación del producto.

El “pensamiento industrial” llega a la producción cinematográfica ya con los primeros cineastas de la Pathe, incluido el propio Charles Pathe, que con su revolucionario plan de producción reúne a los primeros equipos de gente que se dedica de forma profesional al cine, crea el “germen” de lo que sería el star system y, sobretodo, piensa en el cine como piensan en él todos los industriales del cine de hoy en día, el cine como un negocio susceptible de generar beneficios. El control absoluto del cine que este francés logra será tan solo el inicio del desarrollo de una nueva industria que estaba siendo alumbrada en aquellos años, se trataba de la Industria Cinematográfica, que ha llegado a nuestros días, al siglo XXI como una industria muy potente y en la que todos los sectores han comenzado a fijarse en los últimos veinte o treinta años o incluso antes.

En los años ochenta la aparición y rápida consolidación del vídeo parecía abocar al cine a un trágico final, pues las salas comenzaron a cerrar, las producciones perdían calidad a favor de una realización pensada en la distribución directa en vídeo y televisión, etc. Pero el cine supo encontrar su sitio, el que siempre había tenido, el de “fabrica de sueños” y rápidamente lo compatibilizó con ese carácter industrial que nunca había perdido y resurgió. Aquellos pueblos en los que la única sala había cerrado han visto en los últimos años como se construían multicines, las afueras de las grandes ciudades ven aparecer centros comerciales que no pueden pensarse ya sin un buen conjunto de pantallas y la gente vuelve al cine, vuelve a querer ver esas historias en grandes pantallas, en su marco adecuado, como Las Meninas de Velázquez en el Museo del Prado, como el Don Juan de Moliere en el Liceo, como la Traviata de Verdi en el Teatro Real. El cine es hoy más que nunca un arte que merece y quiere ser visto en su ambiente idóneo, pero también es una industria que mueve millones de Euros (y Dólares) por todo el globo y que da trabajo a innumerables personas en todos los países, que requiere para sí un complejo sistema económico y que se piensa como un medio para hacer dinero.

El cine, amigos, es sin duda un arte, y solo los más descabezados iletrados serían capaces de no reconocerle tal status al séptimo en aparecer. Pero amigos cinéfilos, no nos engañemos con tabús bizantinos, el cine es por encima de todo industria, hacer cine cuesta dinero y cada vez menos, lo que no se puede rentabilizar, no se puede sacar adelante, hay que empezar a olvidarse del "papá Estado" en Europa, hay que dejar de pensar en el I.C.A.A. como principal sustentador de la creación cnematográfica, y empezar a planear métodos industriales para pagar la creación cinematográfica, porque, de la teta del Ministerio de Cultura no vamos a poder vivir siempre.

Pedro J. Vázquez