Las "conspiraciones" informativas de las que tanto se habla cada día en todos los mentideros y rincones de la vida social y pública española son si cabe más destacables en un nivel local, donde las informaciones que terminan publicando muchas veces los medios en poco o nada se asemejan a lo que realmente sabe la ciudadanía que está sucediendo, lo malo aquí es que además se pone generlamente al ciudadano, al actor receptor de la información, entre la espada y la pared obligándole a decidir entre la verdad publicada y el rumor circulante en las calles.
En una ciudad de pequeño tamaño donde la información es abundante el ciudadano termina por no querer creer lo que se publica cada día en periódicos, radios y televisiones locales, por no hablar de foros en internet abiertos a la mentira y la calumnia de manera gratuita. La relación entre informadores (muchas veces desinformadores sin formación) y las fuentes es tan cercana y cotidiana que el creador de opinión o de información no siempre se decide a publicar la verdad o ya ni siquiera eso, sino simplemente una noticia objetivamente redactada, sino que se limita a transcribir aquello que el portavoz político o social de turno ha soltado de carrerilla en una rueda de prensa, y la labor periodística puramente dicha queda olvidada para convertirse así el supuesto periodista en un mero vocero transmisor del mensaje predeterminado por el convocante de la rueda de prensa o conferencia.
Esto sucede de una manera orquestada y perfectamente planeada en un nivel informativo nacional, donde los grandes grupos de comunicación se alinean con una u otra opción o partido político, algo hasta cierto punto comprensible y hasta aceptable siempre que no se traspasen ciertos límites deontológicos o morales. Pero en un ámbito de información local lo que sucede ya no es una determinada alineación o apuesta política de un medio, sino más bien la imposibilidad de ciertos pretendidos periodistas de adoptar una postura objetiva si esta va a suponer un enfrentamiento con uno u otro personaje público. Así es como sucede que el receptor final de la noticia se ve obligado a hacer un ejercicio extra de análisis del contenido de una noticia para tratar de hacer una función tradicionalmente obligada para el periodista, la de tratar de ver qué hay de cierto en lo dicho por un personaje y qué hay de estrategia política y de técnicas de persuasión de la población, ya que el pretendido periodista ha preferido mantener una buena relación cordial con todos los portavoces políticos antes que tener que enfrentarse a la dure tarea del informador, que es la de decir la verdad de la manera más objetiva posible, sin pensar en las posibles consecuencias sociales de su vida cotidiana, ya que un periodista, al igual que un policía o un juez, no puede hacer dejadez de sus funciones para evitar un negativo cruce de miradas con el político en concreto que, además, es vecino suyo y a veces hasta amigo.
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